Anoche
cenamos en Napardi (napardi.es), la Sociedad Gastronómica por antonomasia de
Navarra. ¡Qué maravilla de calidad de vida! Tomamos unas chistorras y un
bacalao al pil pil deliciosos. Nuestra gratitud a Piru Gainza y Txelo Noriega,
dos anfitriones insuperables.
La
historia de Napardi (en euskera, “de los de Navarra”) es fascinante. Se trata
de la sociedad decana de la Comunidad Autónoma, desde hace más de 60 años. A
José María Zabarbide, hombre inquieto, diseñador y gran dibujante, se le
ocurrió el logo: un plato, con una cuchara y un tenedor en forma de aspa, y
abajo el nombre de la Sociedad. El local en dos pisos es una preciosidad en el
centro de Pamplona, con una columna protocristiana, un burladero de los Sanfermines
y unas salas diseñadas con exquisito gusto. Puedes verlo por dentro en la
mencionada página web.
He
estado leyendo la Guía Hemingway de los 100 años, escrita por José Antonio
Iturri, Manuel Hidalgo, Nacho Álvarez (“Barquerito”), Fernando Redón, José
Gabriel R. Pazos, Fernando Hualde y César Oroz. El periodista y escritor Ernst
Hemingway no inventó la fiesta ni los Sanfermines, obviamente, pero puso a
Pamplona en el mapa. Nacido en Oak Park, Illinois, el 21 de julio de 1899, fue
conductor de ambulancias durante la II Guerra Mundial, resultó herido y regresó
a casa. De sus experiencias en la guerra, la novela ‘Adiós a las armas’. En
1921 se casó con Hardley Richardson, la primera de sus cuatro esposas, y se
trasladaron a París, donde trabajó como corresponsal extranjero. Por indicación
de la agente literaria Gertrude Stein, llegó a Pamplona el 6 de julio de 1923,
donde tuvo un “eureka”. Definió las fiestas como “endemoniadamente divertidas”
y desde siempre las llevó en el corazón. El 20 de octubre de ese año escribió
en el Herald Toronto Star Weekly el artículo ‘Las corridas de toros no son un
deporte – son una tragedia’. Su novela ‘Fiesta’ es de 1926. Se divorció de
Hardley al año siguiente y se casó de Pauline Pfeiffer. Fue corresponsal en la
Guerra Civil española y se casó por tercera vez con Martha Gellhorn. Durante la
II Guerra Mundial conoció en Londres a Mary Welsh y se casó con ella en 1946.
Estuvo en el desembarco de Normandía y la liberación de París. Escribió ‘El
viejo y el mar’ (premio Pulitzer) en 1952, ganó el Nobel de Literatura, marchó
a África y en 1959 se compró una causa en Idaho, donde se suicidó el 2 de julio
de 1961. “Aún la muerte hace la vida más digna de amarse”.
El
reportero Hemingway, enormemente vitalista, vio en Pamplona un gran motivo para
sus reportajes. Durante siete días vivió una atmósfera irreal de baile, ruido,
bebida y comida. Le gustaban las emociones fuertes y estaba en su salsa. Fiesta
total, encierros y corridas de toros.
La
Pamplona que encontró Hemingway tenía 35.500 almas (hoy es una ciudad de más de
200.000 habitantes). Para él el paraíso era una plaza de toros, con dos
localidades reservadas a perpetuidad. “La fiesta estalla y la ciudad con ella”.
Ruido, música, alcohol y toros, y también espontaneidad, compañerismo, alegría.
Magia en “el espectáculo más divertido de Europa”. En la Plaza del Castillo
sucedía casi todo, desde fuegos artificiales, música y baile a cine al aire
libre.
La de
Hemingway es una ética experiencial, de emociones fuertes, limpia y honesta.
Llegó a la capital navarra como reportero de a pie y salió (con las vivencias
en su cabeza y su corazón) como gran novelista, uno de los mejores del siglo.
Fue aventurero hasta el exhibicionismo y Pamplona se convirtió en su refugio.
Estuvo en nueve Sanfermines y con ‘Fiesta’ los cambió para siempre. En 1953 los medios de Navarra no se enteran
(o no se quieren enterar) de la presencia del Nobel. Él decía que no podría
devolver a Pamplona todo lo que había hecho por él.
Vivió
en las calles y escribió sobre unas fiestas que tenían su origen en el siglo
XII. “Cada vez que la vaquilla coge a uno, la multitud grita de alegría”,
escribió.
“Fue
un hombre que nos conoció profundamente. O, tal vez, que nos amó
profundamente”, se dice en el libro. Hemingway compartió la pasión de los
pamplonicas y supo contarla, probablemente como nadie. Storytelling,
storydoing… storyliving. Hacer historia formando parte de la historia.
Corrió
un par de días en el encierro, pasó tres años (de 1923 a 1925) para completar
‘Fiesta’, recorría los cafés de la plaza del Castillo del Iruña al Quintana y
viceversa, tomó notas en los Sanfermines de 1929, regresó en 1933 (la República
no cambió las fiestas) y a Baroja le dijo que el Nóbel se lo tenían que haber
dado a él. En 1959, los Sanfermines eran una atracción turística internacional
(en buena medida, gracias a don Ernesto).
Hemingway
se suicidó después de dos intentos. Fue enterrado cinco días después, el 7 de
julio. El día de San Fermín. Había sufrido profundas depresiones los últimos años
de su vida. Le atraía la muerte (la de los toros, en la plaza) y quedó
subyugado por ella.
Y más
allá de la literatura, el cine. Su abuelo paterno, Anson, le llevó a ver 30
veces ‘El nacimiento de una nación’ (1915) de Griffith. Detestó a la gente del séptimo
arte, especialmente los actores guapos. Pero ‘Adiós a las armas’, publicada en
1929, se llevó a la gran pantalla tres años después (con Gary Cooper como
protagonista). Hubo una segunda versión de 1957, por el director de Gilda. ‘Por
quién doblan las campanas’, de 1941, fue un best-seller y la Paramount adquirió
sus derechos inmediatamente. De 1943, fue nominada a 9 Óscars. Cooper, Marlene
Dietrich e Ingrid Bergman fueron sus grandes amigos. ‘Tener y no tener’ es de
1944, ‘Forajidos’ de 1946, ‘Las nieves del Kilimanjaro’ de 1952, ‘El viejo el
mar’ tiene tres versiones (1958, 1990, 1999).
Para
potenciar “la Marca” Pamplona, una combinación brillante. Ernest Hemingway
(1899-1961) llegó por primera vez a Pamplona, procedente de París, el 6 de
julio 1923, recién iniciadas las fiestas de San Fermín. El ambiente de la
ciudad y, en particular, el juego con con la muerte entre toro y humano le
impactaron tanto que eligió la ciudad como escenario de su primera novela de
éxito "The Sun Also Rises" (Fiesta), publicada tres años después. Regresó
a los Sanfermines en ocho ocasiones más, la última en 1959, cinco años después
de obtener el premio Nobel de Literatura y dos años antes de poner fin a su
vida en Ketchum (Idaho), precisamente en vísperas de San Fermín. Su contribución
fue decisiva para que unos festejos domésticos, apenas conocidos fuera de
España, se convirtiesen en una de las citas festivas más famosas del mundo y
centro de atracción desde entonces de miles y miles de turistas extranjeros,
muchos de ellos seducidos por su obra. Estos días hemos visitado y vivido en
muchos de los establecimientos que frecuentó Hemingway en la capital navarra:
el bar Txoko, el Gran Hotel La Perla y el café Iruña, todos en la céntrica
Plaza del Castillo, centro neurálgico de la ciudad y de nuestra reunión.
Aprendizaje
experiencial: “Si algo puede afirmarse del paso de Hemingway por Pamplona es
que su actitud nunca fue la del espectador distante; el insigne autor vivió
profundamente la fiesta, se sumergió en ella hasta el fondo, como correspondía
a su temperamento apasionado e intensamente vital”. Corrió delante de los toros,
entabló amistad con toreros como Antonio Ordóñez y paisanos como Juanito
Quintana, comió, bebió y vivió con los pamplonicas y experimentó con ellos la
alegría, el calor y la euforia propias de los Sanfermines. “También se dejó
impactar por la tragedia: fue testigo presencial de la primera cogida mortal
conocida de un mozo en el encierro, el joven de 22 años Esteban Domeño, en
1924. Hemingway recogería el dramático episodio en 'Fiesta'. También su novela ‘Muerte
en la tarde’ (1932) está ambientada en el mundo de los toros”. Siguieron su
estela el director de cine Orson Welles (‘Campanadas a medianoche’), la actriz
Ava Gardner, su nieta Margaux Hemingway, el dramaturgo Arthur Miller, la
fotógrafa Inge Morath y el Nobel de Literatura antillano Derek Walcott.
Hemos
visto el monumento homenaje a Ernest Hemingway junto a la Plaza de Toros, que le tributó el Ayuntamiento de Pamplona el
6 de julio de 1968, acto al que asistió su última esposa, Mary Welsh. Obra de
Luis Sanguino, lleva en su base la siguiente dedicatoria: “A Ernest Hemingway,
Premio Nobel de Literatura, amigo de este pueblo y admirador de sus fiestas,
que supo descubrir y propagar. La Ciudad de Pamplona, San Fermín, 1968”.