De la prensa del fin de semana, me
quedo con la entrevista de Antonio Diéguez a mi buena amiga Susanna Griso, que
lleva cuatro meses sin descanso semanal, porque además de Espejo Público de
lunes a viernes está grabando los fines de semana ‘Dos días y una noche’, un
programa de entrevistas en profundidad. Susanna Griso es una de las mejores
periodistas de nuestro país, y creo firmemente que para ella lo mejor está por
llegar. Le deseo toda la buena suerte (preparación + oportunidad) que merece.
Evgeny Morozov (autor de ‘La locura del solucionismo tecnológico’,
esplendido libro que me he traído a Oxford) escribía sobre el nuevo Estado del
Bienestar creado por el Sillicon Valley, que pretende incrementar los
beneficios: “La retorica de la tecnología puede ocultar la incapacidad de las
instituciones sociales”.
Paz Álvarez escribía en Cinco Días sobre la
generación Z (nacidos entre 1994 y 2009), como mi hija Zoe, que “no entienden
de jerarquías”. Son creativ@s y con enorme volumen de información, y trabajarán
en profesiones que todavía no existen.
José Antonio Marina nos habló ayer domingo en
‘Ideas’ de la centralidad. Tariq Alí ha escrito ‘Contra el extremo centro’,
considerándolo una degeneración democrática. JAM explicaba la centralidad desde
dos puntos de vista: el aristotélico (la virtud, areté o potencial, está en el
término medio; una apuesta por la moderación entre extremos) y el hegeliano
(tesis, antítesis y síntesis). Creo que Aristóteles sirve más para el coaching
(convertir la potencia en acto desde la ambiciosa mesura) y Hegel más para la
creatividad (la síntesis supera la posición inicial y la antitética).
Marcos Baeza en El País Semanal exponía los cinco
gadgets que cambiarán el automóvil: piloto automático, aparcar desde el móvil,
frenada antichoque, espejo que todo lo ve, control gestual de pantalla. Las
innovaciones van a ser espectaculares en el sector.
Inteligencia colectiva. Mark Klein (MIT): “Cuanta
más gente, menos errores”. Anita Williams Woodley (Carnegie Mellon): el trabajo
en equipo a un nivel más eficiente (la Red refuerza la funcion crítica de la
comunidad). Andrés Monroy-Hernández (Microsoft Research): El futuro del empleo
se perfila como un modelo híbrido de procesos realizados por humanos y
ordenadores.
Toni García analizaba en Papel a Tyler Brulè
(Winnipeg, 1968), editor de Monocle (90.000 ejemplares, tiendas, libros, cafés
y radio). De corresponsal de guerra en Afganistán a fundador de Wallpaper,
revista de diseño y tendencias (que vendió en 2000 por más de un millón de
libras) y hace nueve años, Monocle. Un modelo de negocio espectacular.
El gran negocio de la mafia con los refugiados
(artículo de Alberto Rojas en El Mundo), Berlín como nueva capital de las
start-ups (Enrique Müller en El País).
Y dos temas adicionales de política: ‘La soledad
de Ángela Merkel’, por Fernando Aramburu (su política de asilo le pasa factura)
y ‘¿Cerebro progre o conservador?’, de David Page. Se pregunta por qué todos
los Kennedy son progresistas o los Bush conservadores, y no lo atribuye a
condicionamiento familiar, sino a la biología. El Instituto de Neurociencia
cognitiva de la Universidad de Londres realizó pruebas de resonancia magnética
a 90 jóvenes. Sus cerebros eran distintos según su ideología. “Las personas
conservadoras tienen un poco más desarrollada la amígdala cerebral”,
relacionada con la aversión a asumir riesgos. “Y los cerebros de los más
progresistas muestran una mayor densidad de materia gris en el cíngulo
anterior”, que se vincula con una mayor capacidad de aceptar la incertidumbre.
Sin embargo, “los investigadores admiten no poder probar cuál es la causa y
cuál la consecuencia”. Si algo es el cerebro, es plástico.
David Page se refiere a los estudios de gemelos,
que muestran que “donde más influye el ADN es en la capacidad de adquirir
conocimiento político, en la ideología y en la participación electoral”. Donde
los genes pesan menos “es en la identificación con un partido político
concreto”. Es decir, predisposiciones sí; identificación específica, no.
Ayer vimos en familia ‘Joy’ de David O. Russell,
con Jennifer Lawrence, Bradley Cooper, Robert De Niro. La historia de una
emprendedora, llamada Joy (Alegría) que desea salir adelante con una familia
que es un auténtico lastre vendiendo una fregona de su invención. Un absoluto
petardo, aburrida, previsible, con interpretaciones soporíferas y un guión
vulgar. Russell es probablemente el director más sobrevalorado de la
actualidad. ‘El lado bueno de las cosas’ (2012) era floja (los trastornos
psicológicos de los protagonistas eran incoherentes), con un final que la
salvaba algo. ‘La gran estafa americana’ (2013) era precisamente eso, una gran
estafa (alerté de ello en este blog). Y ‘Joy’ da más bostezo que alegría. El supuesto
homenaje a las valientes mujeres emprendedores es básicamente ridículo. Si todavía
no la has visto, líbrate de ella.
Mi gratitud a Ian y a los organizadores del
Kick-Off de estos días en la ciudad universitaria más antigua del mundo anglófono.