He
estado leyendo ‘Orden Mundial’ de Henry Kissinger. Nacido hace 92 años en Alemania,
de origen judío, el Dr. Kissinger ha sido Secretario de Estado con Richard
Nixon y Henry Ford; en 1973 recibió el premio Nobel de la Paz.
En este
grueso volumen (431 páginas), el autor reflexiona sobre el carácter de las
naciones y el curso de la historia. “Jamás ha existido un verdadero orden
mundial”. Parte de la Paz de Westfalia, que dio lugar a la Guerra de los 30
años en 1648, mira hacia a atrás en Europa (el Imperio Romano, Carlomagno,
Carlos V) y luego hacia delante: la revolución francesa y Napoleón, el enigma
ruso, el Congreso de Viena, la I Guerra Mundial, la Segunda, la Unión Europea
(Adenauer, Schumann, De Gasperi) y el futuro de Europa: “la evolución política
de Europa deben decidirla los europeos”.
Dedica
el Dr. Kissinger otros capítulos al Islamismo y Oriente Próximo (lo titula “un
mundo en desorden”, desde el Imperio Otomano hasta la actual lucha entre suníes
y chiíes, con especial atención a la Primavera árabe y el cataclismo sirio) y
la multiplicidad de Asia (Japón, China, India). Como era de esperar, la mitad
del libro es sobre el papel de Estados Unidos en el orden mundial: “Actuar por
toda la humanidad”. Desde Tocqueville a Jefferson, Monroe y Hamilton. “Estados
Unidos no era simplemente un país, sino el motor del plan divino y epítome del
orden mundial”. Theodore Roosevelt, la guerra de Cuba y el canal de Panamá
(“hablar suavemente y llevar un bastón grande”). Wilson: EE UU como la
conciencia del mundo. Franklin Roosevelt: el nuevo orden mundial desde la
confianza personal. La guerra fría con Harry Truman. Las guerras de Corea y
Vietnam (ruptura del consenso nacional). Richard Nixon y la apertura hacia
China, Gerald Ford y la renovación, Reagan y el fin de la guerra fría. George
Bush: Afganistán e Irak. En el futuro, tecnología, equilibrio y conciencia
humana. Estados Unidos es para Kissinger “una superpotencia ambivalente”. Y
concluye: “El sentido de la historia es algo que debemos descubrir, no
proclamar”. Buen texto, de un estadista con amplia capacidad de reflexión.
‘El
renacido’. He estado leyendo la entrevista de Irene Crespo a Leonardo di Caprio
en Club+ Renfe. Después de un cuarto de siglo en la industria de Hollywood
(desde ‘¿A quién ama Gilbert Grape?’ y ‘Titanic’ a ‘El lobo de Wall Street’,
pasando por ‘Romeo y Julieta’, ‘Django desencadenado’, ‘Origen’ o ‘El gran
Gatsby’) ahora se ocupa sobre todo de conservar el planeta luchando contra el
cambio climático (fue distinguido en el pasado Davos por ello).
La
película, que dura más de 2’5 horas, está ambientada en Dakota en 1820 y trata
de Hugh Glass, un supuesto personaje histórico al que atacó un oso Grizzly, le
dieron por muerto y enterrado; sigue adelante por el amor a su familia. Una
historia de voluntad filmada por Iñárritu que ha conseguido 12 nominaciones a
los Óscar (entre ellos, Mejor película, director y actor). “La naturaleza como
el Dios furioso y primitivo del Antiguo Testamento”. Es “un auto sacramental de
extrema crudeza donde la iluminación (la esencia del cine de Iñárritu) adquiere
visos de experiencia única, de sangrienta comunión”. Un servidor reconoce la
excelente factura técnica y la sacrificada interpretación de Di Caprio, si bien
me ha parecido un tostón.
No es
casualidad. Como ponía de manifiesto hace unos días Catherine Redford (Oxford),
el cine de supervivencia está bien considerado: además de ‘El renacido’, el
remake de ‘Mad Max’ (10 nominaciones a los Óscar) y ‘Marte’ (7 nominaciones).
Ambientes hostiles, de ciencia-ficción, de naturaleza indómita que requieren de
concentración y determinación. Héroes individuales luchando por la
supervivencia. Robinsones que pueden enseñarnos que, en un ambiente de enormes
amenazas (terrorismo, catástrofes ecológicas, virus) no queda otra que volver a
los principios genuinamente humanos.
Particularmente,
prefiero el cine que me divierta, que me emocione positivamente, que me haga
pensar sin pasarlo mal. Como ‘Mi gran noche’, que he comprado hoy por menos de
10 euros con el periódico. Una gamberrada de Álex de la Iglesia que le
agradecemos los espectadores. Y por supuesto, también he empezado el curso de
chino de mi amigo Anxo Pérez. Gracias, Anxo por tu generosidad y sabiduría.