Viernes de reuniones de propuestas, de Social
Talent y de iniciativas de Retorno a la Sociedad.
De la prensa de hoy, he elegido el artículo
de Andrés Oppenheimer sobre la corrupción. Como sabes, Oppenheimer (Buenos
Aires, 1951) es uno de los mejores periodistas iberoamericanos y autor de
‘Cuentos chinos’ y ‘¡Basta de historias!’.
El artículo es el siguiente:
“Un viejo
chiste sobre la corrupción en América Latina que está circulando por internet
dice que funcionarios de varios países tuvieron que contestar la misma
pregunta: “Honestamente, ¿cuál es su opinión sobre el problema del hambre en el
resto del mundo? ”.
El funcionario suizo,
asombrado, respondió: “¿Hambre? ¿Qué significa hambre?”. El funcionario cubano,
igualmente perplejo, contestó, “¿Opinión? ¿Qué significa opinión?”. El
funcionario estadounidense dijo “¿El resto del mundo? ¿Qué significa el resto
del mundo?”. Y el funcionario argentino dijo: “¿Honestamente? ¿Qué significa honestamente?”.
La broma me vino a la mente al
leer un nuevo libro titulado “La riqueza pública de las naciones”, de los
autores suecos Dag Detter y Stefan Folster, que propone una manera audaz para
luchar contra la corrupción: la creación de Fondos Nacionales de Riqueza — como
los que existen en Singapur y Austria — para evitar el uso discrecional de los
bienes del Estado por parte de funcionarios gubernamentales.
Es una idea que valdría la pena
explorar en América Latina, donde los escándalos de corrupción que involucran a
empresas estatales y funcionarios públicos o sus parientes están en las
primeras planas de Brasil, Argentina, México, Perú, Honduras, Guatemala, Panamá
e incluso Chile, considerado durante mucho tiempo como el país menos corrupto
de la región.
En Venezuela, los funcionarios
públicos y los militares se han enriquecido tanto a costa del erario público
que muchos se refieren a la élite “revolucionaria” como una “cleptocracia”.
Venezuela ha sido clasificado por Transparencia Internacional como el país más
corrupto de América Latina, y uno de los más corruptos del mundo.
La receta tradicional contra la
corrupción es la separación de poderes, junto con una prensa independiente.
Pero los autores de “La riqueza
pública de las naciones” van un paso más allá, al decir que — además de una
democracia que funcione — los países necesitan crear Fondos Nacionales de
Riqueza, o empresas independientes dirigidas por administradores profesionales
para gestionar los bienes públicos, ya se trate de empresas estatales,
edificios, o monumentos históricos.
El viejo debate entre la
izquierda y la derecha sobre si los gobiernos deben nacionalizar o privatizar
es irrelevante, dicen los autores. Lo que realmente importa es la calidad de la
gestión de los bienes públicos, y aislar los bienes estatales de las manos de
los políticos. En lugar de centrarse en la propiedad de los bienes estatales,
el debate debería centrarse en las utilidades de estos bienes, de modo que
puedan ser utilizadas para construir más escuelas, puentes y hospitales, dicen.
“La riqueza pública puede ser
una maldición si se deja como una bolsa de caramelos abierta, que tienta a los
funcionarios públicos con la corrupción y el clientelismo”, dicen. “Esto no
quiere decir que toda la riqueza deba ser privatizada. El proceso de
privatización tambien ofrece oportunidades tentadoras para el enriquecimiento
rápido, el amiguismo, la corrupción y la regulación disfuncional”.
En una entrevista telefónica,
el co-autor Detter, un ex banquero de inversión y ex funcionario del Ministerio
de Industrias de Suecia, me dijo que decenas de países de todo el mundo ya
tienen organismos independientes para gestionar los bienes públicos de manera
más eficiente. Pero muchos de ellos no funcionan porque son agencias gubernamentales,
en lugar de empresas autónomas cuyos directores son responsables ante
inversionistas y socios comerciales.
Y varios países ya tienen
versiones limitadas de Fondos Nacionales de Riqueza. Por lo general, el
Congreso de estos países elige un consejo de directores externos, que contratan
a un equipo de gerentes profesionales externos. Estos, a su vez, hacen una
lista de los bienes del Estado, los hacen evaluar para determinar el valor de
mercado de cada uno, y deciden qué hacer con cada uno de ellos.
Si el gobierno tiene oficinas
públicas en edificios ubicados en zonas exclusivas del centro de la ciudad que
podrían generar enormes ingresos, si fueran convertidos en hoteles o alquilados
a empresas privadas, los gerentes pueden elegir alguna de estas opciones, me
dijo Detter.
En Singapur, Temasek, la
versión de un Fondo Nacional de Riqueza de ese país, ha tenido utilidades
anuales promedio del 16 por ciento desde que se creó en 1974. Eso ha permitido
que el gobierno reciba como dividendo un porcentaje de estas utilidades, y las
utilice para la educacion, la salud, o la infraestructura, dijo.
“Esto podría funcionar muy bien
en América Latina”, me dijo Detter. “Esa es la mejor manera de combatir la
corrupción”.
Mi opinión: Ya hay muchas
empresas público-privadas en América Latina que trabajan en forma parecida,
pero no una empresa independiente nacional que administre todos los bienes
estatales, con directivos que tengan mayor responsabilidad ante la ley que los
funcionarios públicos.
Hay que sacar la bolsa de caramelos
del alcance de los políticos, para que el chiste sobre el funcionario
gubernamental que pregunta “¿Qué significa ‘honestidad’?” pase a ser anacrónico
lo antes posible.”
Según el Índice de Transparencia
Internacional, España es el país nº 37 en menor corrupción sobre 175 naciones.
Es un 6/10, con un control de la corrupción del 81%. No llegamos al Top 15 de
los países menos corruptos (compuesto por los cinco países nórdicos, Nueva
Zelanda y Australia, Benelux, Suiza, Singapur, Canadá, Reino Unido y Alemania),
pero tampoco estamos a niveles de la antiguo Unión Soviética, Asia, África e
Iberoamérica.
Ayer José Antonio Marina en la presentación
del Human Age Institute en A Coruña nos
recordaba que la nueva riqueza de las naciones es la educación, “que siempre
está antes del talento”. La educación es generación de talento.
También hoy nos informaban de que el 43’4% de
los adultos españoles tienen un bajo nivel educativo, equivalente al de un
joven de 16 años. El nivel más bajo de Europa, solo por encima de Portugal,
Malta y Turquía. El bajo nivel educativo duplica la media de la OCDE.
Según el estudio de Florentino Felgueroso
(Universidad de Oviedo), casi la mitad de nuestros compatriotas tienen un nivel
educativo de la ESO (hasta 16 años) o menos. Lamentable. No es de extrañar que
haya “dos Españas”, la de la mitad que no tiene el menor pudor de declarar que
no lee absolutamente nada, y l@s que estamos en la otra mitad.
Por los datos de la EPA, sabemos que un 86%
de las personas que participan en las entrevistas no se han formado nada en las
cuatro semanas anteriores. Los parados no se han formado en estos años
difíciles, según el profesor Felgueroso “porque no han podido”, por los
recortes.
Como señalaba en ‘Del Capitalismo al
Talentismo, citando al Dr. Heckman, premio Nóbel de Economía, no hay inversión más
rentable que la educación. Lástima que la mitad de los españoles no sean
conscientes de ello. La educación es como todo: si no crees en ella, si no la
quieres, no la creas. Sin educación, el talento (si es que alguna vez lo hubo),
se pierde.