Antes de ir para Asturias, ayer tuve tiempo
de ver la única película dirigida por Phillip Seymour Hoffman, ‘Una cita para
el verano’ (Jack goes boating, 2010). Basada en una obra de teatro neoyorkina
de Robert Glaudini, es la historia de un conductor de limusinas de carácter
introvertido (que interpreta admirablemente el propio PSH) que quiere
conquistar a una chica también introvertida (Amy Ryan) aprendiendo a nadar y a
cocinar, ayudado por una pareja de amigos (John Ortiz y Daphne Rubin-Vega, que
también actuaron con Phillip en la escena). “Phillip Seymour Hofman dirige como
actúa, con ojo de lince para los pequeños detalles que diseccionan el alma del
personaje” (Peter Travers, Rolling Stone).
Tengo pendiente en DVD volver a ver ‘La duda’
(con Merryl Streep), ‘Esencia de mujer’ (con Al Pacino) y un par de cintas más
del genial PSH. Un gran actor de nuestro tiempo.
También he estado leyendo ‘Lo Stato
innovatore’ (El Estado Innovador), de Mariana Mazzucato, subtitulado. “A la
empresa privada se la considera una fuerza innovadora, mientras que el Estado
es tomado como una fuerza inercial, demasiado voluminosa y pesada para servir
de motor dinámico. El propósito de este libro que tiene entre las manos es
desmontar este mito”. La cosa promete. La Dra. Mazzucato, catedrática de
Innovación de la Universidad de Sussex, es una de las mayores expertas
internacionales en economía de la innovación.
En la introducción a la edición italiana (la
original, de 2013, es en inglés), la autora parte de un análisis muy certero:
los países que antes de 2007 habían invertido en desarrollo del capital humano,
nuevas tecnologías e I+D han superado la crisis satisfactoriamente; la
periferia de Europa (que Goldman Sachs llamó de manera infame, “PIGS”) se han
mantenido en ella. Alemania apuesta por un “crecimiento verde”, con
instituciones de “capitalismo paciente” que soportan el desarrollo y la
innovación. Para Europa, Mariana propone no estimular el crecimiento a través
de impuestos, que lo que importa en la financiación no es la cantidad sino la
calidad y analizar la “gobernanza” (término de moda) y la condicionalidad
(fomentar la competencia y el rendimiento).
Se trata de hacerlo todo de manera diferente.
Mazzucato parte, obviamente de Adam Smith y la mano invisible del mercado, pero
también de Keynes, presente en EE UU, China y Alemania.
De la ideología de la crisis a la división
del trabajo innovador. David Cameron, primer ministro británico, ejemplifica la
búsqueda de un Estado reducido a la mínima expresión. En los Juegos de Londres
de 2012, la seguridad fue adjudicada a una empresa privada, G4S, que demostró
ser incapaz de afrontar el reto. En la Eurozona, el dogma es que la austeridad
llevará al crecimiento; sin embargo, en EE UU el Departamento de Energía es el
principal financiador de la I+D. El riesgo es desigual, porque hay “ecosistemas
simbióticos” y “ecosistemas parásitos”.
Según el modelo de Solow, la producción es
una función de trabajo y capital. El propio Solow descubre que el 90% del
progreso técnico no depende de estos dos factores (“una medida de nuestra
ignorancia”, Abramovitz, 1956). Las variables exógenas son la I+D y el
desarrollo del capital humano. La autora compara los casos japonés y soviético
para explicar por qué el primero funcionó (con una inversión en I+D del 2’5%
sobre el PIB) y el segundo fracasó (con un 4%).
Mazzucato desmonta seis mitos sobre la
Innovación: Que dependa del I+D, que lo pequeño (pymes) sea hermoso, que el
“venture capital” ame el riesgo (suele invertir en la 2ª etapa, no en la 1ª),
que realmente vivamos en la economía del conocimiento, que el problema de
Europa sea la comercialización y que las empresas inviertan solo si hay menos
impuestos y burocracia. Muy brillante.
¿Quién asume el riesgo? En EE UU, el 26% el
gobierno federal y el 4% la universidad. En investigación de base, el 57% de la
financiación es federal, el 15% la universidad y el 11% otros públicos. La
empresa, solo el 18%. Esa es la clave. El Estado guía la innovación radical, la
más arriesgada.
La autora cita a Erik Reinert (2007), que nos
recuerda que en su fundación, Estados Unidos se debatía entre el
intervencionismo de Hamilton y el liberalismo de Jefferson. “Con el tiempo y el
pragmatismo americano, esta rivalidad se resolvió dejando a los jeffersonianos
el control de la retórica y a los hamiltonianos el control de la política
económica”. El New Deal de Roosevelt y las prácticas desde la II GM son
intervencionistas, con instrumentos como el Arpa (creada en 1958) o el programa
SBIR. La industria farmacéutica, la ingeniería o las nuevas tecnologías se han
beneficiado de este apoyo.
Lo mejor del libro, en mi opinión, es cómo
Mariana analiza el éxito de Apple. Invierte poco en I+D (2’8%, frente al 13’8%
de Microsoft o más del 12% de Nokia, Google o Sony Ericsson). Sus mayores
“innovaciones” contienen una docena de novedades… que no ha inventado la
compañía de la manzana. Desde las baterías a la memoria, el multitouch a la
tecnología celular e internet… han sido financiadas por el Estado americano.
Está muy bien el “stay hungry, stay foolish” de Jobs en Stanford, utilizando el
I+D público.
Lo mismo ocurre en la revolución industrial
verde, en las energías limpias (eólico, solar, con Vestas, GE, Exxon, GM o BP)
o en otros ecosistemas simbióticos. La paradoja, declara Mazzucato, es que el
éxito de ciertas empresas no revierte igual en el país.
Se socializa el riesgo, se privatiza el
beneficio, y se echan de menos laboratorios como los Bell Labs o Xerox Parc,
que son cosa del pasado. La KfW (Banca para la Reconstrucción) alemana ha
declarado beneficios de 3.000 M $, mientras otras entidades financieras dan
pérdidas.
Como
conclusiones: 1) El “Estado innovador” hay que construirlo, con instituciones
apropiadas; la gobernanza no debe ser excusa para la liberalización de los
mercados, sino para la competencia y el mérito. 2) El Estado debe invertir en
riesgo incierto, de base (como, de hecho, hace en los países punteros). 3) Las
pymes y el venture capital debe jugar su papel, complementario al del Estado y
las grandes empresas.
Gran libro. Economistas de la innovación como
Mariana Mazzucato nos enseñan que con frecuencia la retórica va por un lado y
la realidad por otro.