Domingo de entrenamiento de fútbol (de mi
hija Zoe), de comida familiar y de piscina. Un tiempo previo, muy cercano, al
verano.
De la prensa de hoy, me ha invitado a la
reflexión ‘El negocio del taxi se agota’, de Elisa Silió. “El sector del taxi
se desangra por todas sus costuras. Tanto que la aparición del consumo
compartido con la tecnología del Uber es solo la puntilla que le faltaba. Si
con la crisis el metro o los autobuses han perdido el 15’8% de sus viajeros,
¿cómo no iba a verse afectado el mundo del taxi? Para ganar 140 euros brutos
tienen que conducir 15 horas, frente a las 10 de antes. El 50% se les va en
gastos de explotación y amortización”.
La periodista nos recuerda que en los años
locos del ladrillo llegaba a pagarse 200.000 € por un traspaso de licencia. Se
pagan 165.000 € por el papel municipal y un SEAT Altea (14.000 € de primera
mano) con 150.000 kilómetros. Se veía como un puesto de trabajo fijo, y ahora
es una ruina. En 1975 se agregaron 5.000 nuevas autorizaciones, y desde
entonces se mantiene estable en 15.700 licencias en Madrid. No hay nuevas
licencias desde que en 1980 se otorgaron 118. Además, hay otras 8.000 personas
con permiso para conducir taxis. Desde 2011, los taxis con asalariado solo
pueden conducir 16 de las 24 horas del día. “En un supermercado, si no hay
gente, no están todas las cajas abiertas”, explica Julio Moreno, presidente de
las Asociación Gremial del Taxi de Madrid, la mayoritaria con 9.000 afiliados.
“Somos el único sector que no está generando paro”. Los taxis se sienten muy
regulados, pero abandonados por la Administración. La media en Madrid es de
2’84 taxis por cada 1.000 ciudadanos. La europea, de 2’4. La de Barcelona,
3’26. Málaga, 2’84. Valencia, 3’84 y Sevilla, 3’63.
Para el 1 de julio nos espera una nueva
huelga, contra la aplicación Uber (una web de consumo colaborativo en la que la
compañía se quedsa con un 20% del trayecto; hay otras, como BlaBlaCar, Carpooling,
amovens y Carpling).
Soy cliente habitual de taxi en varias
ciudades españolas y europeas, y amigo de algunos taxistas, y me parece que
éste es un caso evidente de falta de Calidad Directiva. No hay un modelo de
negocio claro (no hay una calidad de servicio que supere las expectativas del
cliente, salvo la excepción paretiana del 20%). La mayoría de los taxistas no
son precisamente muy educados con los clientes, no tienen sus vehículos
especialmente limpios y cuando tratas con ell@s (como con una taxista en Madrid
el pasado jueves) te dicen que “la gente que coge el taxi es porque lo paga su
empresa y que tampoco hay que preocuparse mucho”). La huelga de esta semana ha
servido de campaña de publicidad de Uber y le ha demostrado a los clientes que
hay medios alternativos limpios, mucho más baratos y rápidos. En fin, un
desastre para sus intereses. El modelo de negocio del taxi, como todos, se
tiene que modernizar. No puede ser que el discurso de la gremial en Madrid sea
que sobran 5.000 licencias.
Por otro lado, La Roja sigue viviendo su
penitencia (hasta el miércoles, que se juega el todo por el todo). Me ha
gustado el discurso de Casillas como capitán en el vestuario antes sus
compañeros tras la debacle ante Holanda y las palabras de Vicente del Bosque. En
los análisis de la prensa, hay de todo (no creo, particularmente, que la clave
esté en alojarse en Curitiva o en “la mirada” de Koke como ejemplo de
compromiso). Heber Longás y Yolanda Clemente, en El País, nos ofrecían una
infografía sobre la secuencia histórica de los campeones. De los últimos 15
casos, en el 20% el Campeón no pasó de la fase de grupos (Brasil en el 66,
Francia en 2002, Italia en 2010). De ellos, dos en los últimos tres
campeonatos, lo que revela lo efímero del éxito. Se quedaron en octavos los
italianos en 1986, campeones en 1982. Llegaron a octavos en el siguiente
Mundial Inglaterra en 1970, Brasil en el 74, Alemania en el 78, Argentina en
1982 y Brasil en 2006 (es lo más probable). Alcanzaron la semifinal Uruguay en
el 54 y Alemania en el 58 (ha llovido desde entonces). Solo fueron subcampeones
la Argentina de 1990 y Brasil en 1998. Solo la canarinha ha ganado dos
campeonatos seguidos, hace más de 50 años (en Chile 1958 y Suecia 1962). De
hecho, ninguna selección europea ha ganado en América, ni del norte (EEUU,
México) ni del Sur (Brasil, Chile, Argentina).
Ignacio Camacho (el “culpable” de que compre
y lea el ABC con el resto de los periódicos el domingo) escribe sobre ‘El
derecho a perder’. Un artículo magnífico: “EL fútbol carece de piedad y de
memoria. Yo he visto cómo le llamaban «vieja» a Gento poco después de ganar su
sexta Copa de Europa. Las emociones futbolísticas se construyen desde la
identidad del pasado pero tienden a despreciar los recuerdos; son puro
presentismo, un volátil anhelo de éxito inmediato que va contra la esencia
misma no ya del deporte, sino del juego, porque en su exigente y furiosa
agitación trata de prohibir la derrota. El fútbol construye héroes precipitados
y los aniquila con una velocidad irrespetuosa. Su lógica sólo admite la gloria
perpetua; es déspota con la debilidad, implacable con el fracaso, intransigente
con la decadencia.
Quizá por eso, después de un
inédito ciclo triunfal de seis años, la selección española necesitaba caer con
un descalabro a la altura de su grandeza victoriosa. Una catástrofe sin medias
tintas, un vapuleo incontestable, una tunda descomunal en la que no cupiesen
excusas ni coartadas. Así fue lo de la otra noche en Salvador de Bahia, un
naufragio apocalíptico, un desastre sin fisuras, una humillación cruenta.
Ningún rival era mejor para esa inmolación que Holanda, que ejecutó su revancha
con una determinación demoledora y se aplicó al desguace buscando el mayor daño
posible, con una crueldad destructiva, aplastante y fanática. España se
derrumbó con el estrépito que merecía su monumental trayectoria reciente, como
un árbol gigante talado en medio del bosque. Fallaron todas sus figuras,
fracasó el plan, se malogró el estilo, se disipó el orgullo, se quebró la
nobleza. No hubo supervivientes. Tenía que ser así, de golpe, sin disculpas,
porque este equipo no merecía un ocaso progresivo ni una capitulación lastimera
sino una derrota de dimensiones épicas, a la medida del ciclo de gloria.
Ignorando adrede los síntomas
de declive, Del Bosque fue a Brasil con su cansado pelotón spengleriano en
busca del canto del cisne, de un último triunfo que cerrase la leyenda de la
legión invencible. El riesgo era el de un estropicio de la misma escala, una
escabechina en el prestigio de los espartanos de las Termópilas. La crítica
diseccionará los errores y el pueblo ejecutará el habitual linchamiento
ventajista con la desagradecida impiedad de costumbre. O tal vez la semana que
viene aflore una postrera resurrección del coraje, un maquillaje de dignidad,
una sacudida de autoestima que aplace la inevitable diáspora de una generación
de brillo irrepetible. Casi mejor que no; ha sido una etapa de tanto fulgor que
reclama un apagón de idéntica magnificencia. Un telón soberbio, terminal; las
despedidas no conviene dejarlas a medias.
Pero ocurra lo que ocurra,
nadie borrará el tiempo del honor y la gloria. Del Bosque, Casillas y todos los
demás, pero sobre todo ellos dos, se han ganado el derecho a una mala noche.
Hacen falta seis años de hegemonía irrevocable para merecer una derrota tan
clamorosa.”
Ayer estuve viendo la entrevista de Risto
Mejide a Luis Rojas Marcos. Precioso diálogo en el que el psiquiatra que vive
en Nueva York hizo en ocasiones de “coach” del entrevistador. Alfonso Simón le
entrevistó el pasado miércoles con motivo de la concesión del premio El Talento
que le otrogó ManpowerGroup. En la edición de este fin de semana, Cinco Días ha
recogido la entrevista: “Hace 15 o 20 años nos dimos cuenta de que no bastaba con curar
enfermedades, de que es necesario entender las cualidades del ser humano que
nos ayudan a vivir mejor y a superar adversidades”. La frase es del psiquiatra Luis
Rojas Marcos (Sevilla, 1943) y con ella describe el nuevo campo médico en
el que trabaja, al que llama “ciencia del optimismo”, que consiste en cómo las
personas pueden mejorar su satisfacción con la vida. Este profesor de la
Universidad de Nueva York, ciudad en la que vive, impartió el miércoles pasado
una conferencia magistral como ganador del premio elTalento 2013, organizado
por Cinco Días en colaboración con Manpower Group, en su categoría de
Talento Experto. “Cuando vengo a España y digo que soy optimista, me miran como
si fuera ingenuo o ignorante. Sin embargo, en EE UU se presume de ser feliz.
Con eso no quiero decir que allí se sea más feliz, pero la cultura afecta a la
percepción. En general, en España se pensaba que para ganar el cielo había que
sufrir”.
Pregunta. ¿Cómo nos afecta mentalmente llevar escuchando
durante tantos años hablar de la crisis?
Respuesta. Nos afecta menos de
lo que parece, en parte porque nos acostumbramos a ella. No hay que minimizar
la realidad de la crisis. Afecta a millones de personas. Cuando pregunto qué
parcelas de la vida hacen feliz, se menciona el trabajo. Tenemos una gran
capacidad para hablar de la crisis y a la vez separarla de la propia vida, de
lo que nos pasa a nosotros, incluso aunque seamos víctimas. No al día siguiente
de perder el empleo, pero al cabo del tiempo sí. Tendemos a separar la crisis y
lo que nos ocurre en casa porque forma parte de la capacidad para proteger
nuestra autoestima y nuestra satisfacción con la vida. Esto es algo genético,
en el sentido en que nuestra memoria nos ayuda a ver lo positivo o a hacer
comparaciones ventajosas incluso en los desastres, es algo que instintivamente
nos ayuda.
P. Su último libro se llama Secretos de la felicidad,
¿cuál es la clave para conseguirla?
R. Lo llamo satisfacción con la vida en general. El secreto de la
felicidad es que nacemos con la capacidad de sentirnos contentos. Si no lo
estropeamos, o no nos lo estropean, y seguimos nuestros instintos, el niño va a
crecer sintiéndose satisfecho. El cerebro está programado para ver lo positivo.
Ese es el secreto. La felicidad es algo normal que viene en nuestro equipaje
genético. A menudo me preguntan “qué puedo hacer para ser feliz”. Al principio
caí en la trampa y empecé a dar consejos que no funcionaban. Era un error.
Empecé a preguntar sobre qué cosas le hacían felices, como ir a ver un partido
o estar con los nietos. Así que hay que trabajarse la felicidad realizando
cosas que ya te hacen sentirte bien.
P. ¿Es posible formar equipos de trabajo felices?
R. Se pueden hacer, pero hay que empezar por la selección, es clave y
fundamental. Si empleas a una persona que no sonríe, vas mal. Después hay que
comunicar, que los empleados sientan que tienen un impacto, que puedan
contribuir a la empresa. También que el grupo se sienta apreciado por lo que
hace. A veces el incentivo no es el dinero, sino el reconocimiento. Y hay
medidas de sentido común, como prevenir los conflictos.
P. ¿Cómo podemos sacar lo mejor del equipo?
R. Observando, viendo lo que gusta, lo que el empleado hace bien y lo que
le cuesta más trabajo. Luego, estimular la parte positiva de lo que hace. Ayuda
también preguntar y escuchar sobre lo que desea. Esto va a dar información
respecto a la persona, y de cuanta más se disponga, más probabilidades se tiene
de encauzarla de una forma constructiva dentro de la empresa. También se deben
crear unas expectativas, sobre todo si las crea el grupo, si se reconoce que
ellos son los dueños de la estrategia, que no debe verse como idea del jefe,
sino que el empleado colabora. Además está el feedback, el ofrecer al equipo
información sobre los resultados, de forma continua y que refuerce la parte
positiva. Y es que el incentivo funciona muy bien con las personas.
P. ¿Qué cualidades debe tener un directivo?
R. Lo primero, energía. Sabemos que el autocontrol también ayuda. Si estás
de mal humor, hay que pensar antes de decir las cosas. Además de la capacidad
de analizar, de buscar información fiable y evitar los pensamientos
automáticos.
P. Usted se marchó a estudiar a Estados Unidos, pero
¿cómo valora la fuga de cerebros obligada de los jóvenes científicos y
profesionales españoles?
R. Mal. Es una pena que una sociedad pierda el cerebro joven, con energía
y creatividad. Hace unos meses me invitó el cónsul de España a un encuentro con
jóvenes españoles y me llevé una sorpresa porque la sala estaba llena, había
400 personas menores de 35 años. Les pregunté y efectivamente me decían que
estaban allí porque no hay oportunidades en España. Y son jóvenes trabajando en
temas científicos muy relevantes. Incluso tenían miedo de salir de EE UU por el
visado y pedían mi ayuda. España perderá creatividad e innovación en avances en
medicina, por ejemplo, por la fuga de cerebros. Es una pena, aunque en EE UU
estamos encantados con esa gente.”
Gracias a Luis,
Alfonso y Risto por aportarnos tanto sobre la filosofía de Rojas Marcos, que
tanto ayuda a nuestra felicidad.