El Dilema de Zapatero o el problema de huir del conflicto


Días de ¿descanso? (como dijo Confucio, cuando haces lo que te gusta no trabajas ni un solo día de tu vida) navideño. En cualquier caso, de lecturas, de estar con la familia de origen, de escribir y llamar a l@s amig@s y de mucho cine. “Cine, cine, cine, más cine por favor; que toda la vida es cine, que toda la vida es cine y los sueños, cine son”, cantaba Aute.
Ayer estuve viendo Futbolín de Juan José Campanella y me defraudó. Esperaba mucho de la última cinta de este gran director argentino (El hijo de la novia; El mismo amor, la misma lluvia; Luna de Avellaneda; El secreto de sus ojos), que nos ha acostumbrado a excelentes guiones y magníficas interpretaciones de Ricardo Darín y compañía, pero no es el caso en esta película de dibujos animados que no acaba de satisfacer a los pequeños (muchos se preguntaban entre sí en la sala “¿Te gusta la película?”, cosa que no ocurre en Frozen o Lluvia de albóndigas) ni tampoco a los mayores (es previsible y simplona). Una lástima. Volveré a ver pronto en DVD El secreto de sus ojos para congraciarme con el cine de Campanella.
Afortunadamente, mi hermana Cris y mi cuñado Carlos me pusieron en su casa, por la tarde, el primer episodio de The Black List, una serie impresionante con James Spader en estado de gracia. Y por la noche, a las 10 pm, vi el cuarto. Me ha alegrado mucho la recuperación de este gran actor.
También he estado leyendo El Dilema. 600 días de vértigo del expresidente de gobierno José Luis Rodríguez Zapatero.
He tenido la oportunidad de charlar en un par de ocasiones con Rodríguez Zapatero y me parece una persona encantadora. Sabe escuchar, es simpático y muy amigable. Sin embargo, el libro me ha aburrido (tiene la mitad de páginas que Power and Personality y carece de su ritmo y de su impacto).
Sin embargo, me ha venido muy bien para indagar en la personalidad de l@s que llamamos en el diversigrama “delfines” (los conciliadores o 9 en el eneagrama), adaptables, empátic@s y cooperadores, como Nelson Mandela, el Dalai Lama, el exprimer ministro británico John Major o Ronald Reagan, como Rajoy o Sancho Panza, como James Stewart, Andie MacDowell, Jennifer Anniston, John Goodman o Whoopi Goldberg. Tengo varios amigos delfines y son de lo mejor.
Sin embargo, tienen su talón de Aquiles en que huyen del conflicto. Y esto puede comprobarse una vez más en “el dilema” de Zapatero. En sus 400 páginas (que el autor entiende como “una obligación democrática de explicación a los ciudadanos) trata de explicar qué pasó desde el 12 de mayo de 2010 al 20 de noviembre de 2011 (las elecciones en las que su rival ganó por mayoría absoluta). Desde su aparición en el Parlamento (leyó un discurso de 270 palabras) hasta su final como mandatario. No se planteó el dimitir, pero sufrió lo que llama “una pesadilla fría y pesada, una especie de ironía maléfica de la historia”.
En abril de 2010, la prima de riesgo no llegaba a los 100 puntos. Del 3 al 6 de mayo llegó a 149. Por eso tuvo que proponer el mayor recorte social de la democracia. Sin embargo, Zapatero nos ofrece un retrato positivo de Sarkozy (“desempeñó un papel permanente de puente, de bisagra, para facilitar el entendimiento, para acercar posturas”), de Van Rompuy (“tiene una personalidad austera que no facilita su proyección pública. Es un hombre culto e inteligente”), de Merkel (“como siempre, estuvo correcta y prudente”), de Obama (su mensaje era de apoyo de comprensión, de solidaridad), de Wen Jibao, de Trichet (“respaldó con firmeza la posición española”), de Strauss-Kahn (“Mi preocupación era tan intensa como la satisfacción que experimenté al ver su reacción ante mis palabras de resistencia y convicción”), de Durao Barroso (“tiene afecto por España. En el tiempo que trabajé con él, siempre fue sensible a nuestras posiciones”), de Gordon Brown (“siempre nos apoyó y en la capital inglesa todo fueron facilidades”), de José Sócrates (“un buen dirigente político, una persona cercana”), de Berlusconi (“estuvo  muy receptivo y no fue difícil coincidir en los planteamientos”) y por supuesto de Felipe González, que le llamó cuando salía de Moncloa (“Yo sé lo que es ese momento y te quiero mandar un abrazo”, le dijo. “Fue un gesto cariñoso que valoré, que conservo en el balance de los afectos”).
José Luis Rodríguez Zapatero sigue defendiendo en el libro el plan E (“fue diseñado, de acuerdo con las directrices de la Unión, para generar actividad, mantener empleo y empresas, apoyar a pymes y sectores estratégicos, invertir en infraestructuras e innovación, y apoyar a las familias más vulnerables”), su gestión de la crisis (“entre las muchas críticas que recibí, no estuvo la de no dar la cara”), la protección al desempleo (“por encima del 75% de personas en paro con protección, es decir, con una prestación económica” y que nunca se planteó reducir), el proceso de paz (que según él determinó el ascenso del partido socialista en las elecciones vascas), su tardía utilización de la palabra “crisis” (por su afán de “no transmitir mensajes pesimistas que ahondaran en la desconfianza de los agente económicos” y, según él, por los propios datos económicos en ese momento), incluso la burbuja inmobiliaria (“si hubiésemos percibido la necesidad de pinchar esa burbuja, ¿cómo hubiéramos podido hacerlo? No es nada fácil tomar la decisión de pinchar una burbuja sin tener la política monetaria en tus manos”). Sigue perplejo ante el vértigo que vivió (“los mercados se presentan como actores invisibles dotados de un gran poder, tan grande como para dejar de financiar a un país y ponerle al borde de la intervención”, nos cuenta; sin embargo, los mercados “tienen cara y ojos, y muy abiertos, por cierto”. Y añade: “Es sorprendente, pero constaté en varias ocasiones la falta de conciencia sobre algunos aspectos de nuestro país, sobre nuestra fortaleza exportadora o sobre la importancia que tienen en el mundo en sectores de alto valor tecnológico”). En fin, que “desde julio de 2011 a mayo de 2012 la economía española volvió a la recesión”. El 1 de agosto de 2011, la prima de riesgo estaba en 374 puntos, máximo desde la entrada del euro. Cosas de la vida.
En la reflexión final del libro, Zapatero concluye: “No pude vencer la crisis, evitamos el rescate de nuestra economía y tuvimos como prioridad mantener la cohesión social”. Y concluye: “Por último, quiero expresar mi agradecimiento. Siempre he pensado que quien ha tenido el inmenso honor de contar con el respaldo de sus compatriotas para presidir su país solo empezar y terminar sus palabras dándoles las gracias”.
El Sr. Rodríguez Zapatero será un estupendo expresidente, como ya ha demostrado en varios platós de televisión, pero es una auténtica lástima que en su momento no contara con un coach estratégico que le ayudara a abrir los ojos y evolucionar adecuadamente. Porque esa confianza que es “el nombre del juego” se pierde cuando se quiere agradar a todo el mundo todo el tiempo.
Los “delfines” son equivertidos (pueden ser extravertidos o introvertidos, según las circunstancias) y viscerales. De buenas, son afectuosos, modestos y confiados (como podemos comprobar en el libro El dilema); en crisis, pueden ser tercos, perezosos y apáticos. Tratan de evitar el conflicto a toda costa, y cuando llegan las circunstancias difíciles, deberían evitar esa pereza (su “pecado capital”). Cuando están “integrados” (cómodos, a gusto) deberían evolucionar hacia los “leones” (los ganadores, los 3 en el eneagrama), que se marcan objetivos y persisten hacia ellos.
Del mismo modo, los “leones” (triunfadores como Obama, Kissinger, Tony Blair o Bill Clinton) cuando están “desintegrados” (tensos, incómodos, abatidos), en su peor versión, involucionan hacia los “delfines” (les obsesiona quedar bien con todo el mundo). En su mejor versión deberían evolucionar con puntos en común con las “gacelas” (el 6 en el eneagrama), leales, comprometidos, centrados. Siguen siendo equivertid@s, pero en los malos momentos pasan de las emociones a la víscera (y por tanto, a evitar el conflicto) y en los buenos a una mayor racionalidad (a defender sus ideales).
Ya sabes cuál es la diferencia entre un error (del que se aprende) y un fracaso (del que no obtienes ninguna lección valiosa, que pongas en práctica). Me temo que José Luis Rodríguez Zapatero no ha aprendido la lección, aunque me consta su buena fe y voluntad, por lo que estaría condenado a repetirla.
Mi gratitud hacia mis amigos viscerales equivertidos (esos maravillosos “delfines”) que podrían resolver, en general, mejor las crisis.