El fútbol como metáfora de la vida


Iker Casillas y Xavi Hernández, Xavi e Iker (“Tanto monta, monta tanto”) son galardonados con el Príncipe de Asturias del deporte, porque “simbolizan los valores de la amistad y el compañerismo”. Un ejemplo fascinante de que el tándem es la unidad mínima de Liderazgo. Y hoy juegan Colombia contra Uruguay (en Barranquilla, 4-0), Perú contra Venezuela (aquí en Lima) y el amistoso España-Arabia Saudí (en Pontevedra, 5-0).
He estado leyendo De la mano con el fútbol, de Javier Castell. Javier fue participante en el seminario del martes pasado en Bogotá; disfruté mucho con sus sagaces aportaciones y me consta que para él fue una jornada muy útil. Jugador (como él mismo dijo, “nunca se es exjugador”), un gran delantero centro, técnico del Junior y actualmente prestigioso comentarista deportivo, su libro es enormemente interesante. De los mejores que he leído sobre fútbol en toda mi vida.
La obra cuenta con dos prólogos: el del Padre Alberto Linero (gran experto en Liderazgo, fanático del fútbol, se define en su blog como “soy un caribe feliz, uno que quiere que todos vivamos conociéndonos, aceptándonos y amándonos”) y el de Andrés Salcedo (excelente narrador deportivo). En el primero, titulado Fútbol y vida, Alberto Linero escribe: “El fútbol es una metáfora de la vida. Estoy seguro de que la gambeta y el regateo de un ágil puntero (de esos que ya no vienen) dice algo más que el engaño a un contenedor para sacar ventaja y ganar un partido. Estoy seguro de que allí también se expresa el espíritu humano en su tarea de salir de las estructuras que lo oprimen buscando trascender a todo y ser libre; allí está, también, la picardía humana que busca burlar a la realidad su dura objetividad y fantasear con posibilidades más agradables que la de este momento”. Y añade: “No creo que el fútbol sea un simple juego (…) El fútbol tiene la tarea de expresar, traducir, mostrar, revelar o adornar la realidad que somos y vivimos”. Estoy con el Padre Alberto Linero en que el fútbol cumple una función artística: “Por eso me gusta el fútbol verlo, jugarlo, analizarlo y, sobre todo, conversarlo, porque me gusta la vida”.
Andrés Salcedo se centra en Jugar bien, escribir bien: las dos pasiones de Javier Castell. Nos recuerda su etapa de “crack rioplatense”, de técnico en la que “dejó constancia de su seriedad y de su insaciable sed de nuevos conocimientos” y concluye caracterizándolo como “un periodista deportivo que, además de privilegiar el fútbol bien concebido y bien jugado, rinde tributo y respeto al buen decir y al buen hablar”.
En la Nota preliminar, Esta es mi recompensa, el autor define el talento de Carlos Alberto Valderrama, El Pibe, “el mejor jugador de la historia de Colombia”, con una precisión y una exquisitez maravillosas. ¡Qué comienzo del libro, qué definición del talento de un gran jugador!
Javier Castell se adentra en la historia del balompié (desde hace 5.000 años), en lo que es un buen jugador y en El goleador (él lo sabe bien: “”Definitivamente, es distinto, tanto que cuando anota, hasta el egoísmo se acepta como virtud”.
Primer bloque: Fútbol del mundo. Javier nos habla de la voluntad del líder (“hay una fuerza motriz más grande que el vapor, la electricidad y la energía atómica… la voluntad” (Albert Einstein), de su actitud (“critica y corrige, sí, pero desde un prisma optmista y constructivo”), de Vicente del Bosque (que, tras la derrota de La Roja contra Suiza en el Mundial de Sudáfrica, “nos ha regalado una exquisita muestra de cómo se transmite confianza después de una inesperada caída”), del desacuerdo (“Un buen director logra que en su grupo convivan armoniosamente la libertad y la responsabilidad”), del mejor lugar (“un buen líder respeta, impulsa y desarrolla las cualidades del jugador a través de enseñarle correctamente el lugar más confiable y ofrecerle la dosis de confianza que requiere”), de Marcelo Bielsa como ‘técnico feliz’ (“El hombre feliz es aquel que archiva el pasado, ordena el presente y formula el futuro”, Séneca), del líder y la derrota (cómo se gestiona la frustración), del equipo y la individualidad (Menotti dice que un equipo de fútbol es como una orquesta, y Alberto cita a Javier Clemente: “Para ganar hay que tener un equipo con fuerza, disciplina y compañerismo. Un jugador o dos aislados no te ganan nada: serán bonitos, pero no buenos”), del perfil del líder (con referencia a Sir Álex Ferguson; “La diferencia entre un político y un estadista es que el primero piensa en las próximas elecciones, y el segundo en la próxima generación”, Sir Winston Churchill), del valor de la motivación (con el precioso ejemplo de la final del Mundialito de 1994 en Tokio, cuando Carlos Bianchi entrenaba al Vélez Sarfield, que jugaba contra el todopoderoso Milan), de la conducción del líder (no es un “dador de órdenes”, sino un guía, un conductor de equipos), del Barça: belleza y títulos y de su rivalidad con el Real Madrid (“El Madrid es Mike Tyson; el Barcelona es Mohamed Alí, danzando como una mariposa y picando como una avispa).
Javier Castell nos sigue hablando en su libro del “Clásico del Mundo”, de la forma de jugar del FC Barcelona (“En el fútbol, la técnica es lo primero, pero después hay más”), de Mourinho como el anti-Barcelona, de jugar sin balón y del fútbol moderno, del espectáculo fuera de la cancha, de disfrutar para ganar y de las lecciones que da el fútbol (en un tiempo, no muy lejano, en el que el Real Madrid fue eliminado de la Liga de Campeones en octavos por sexta vez consecutiva), de las frías estadísticas, de Ronaldo, de Falcao García (“Su primer nombre es Radamel, pero el mundo del fútbol, que no se guía por esas rigurosidades notariales, y sí en cambio por las asociaciones con los cracks de siempre, terminó llamándolo por su segundo nombre, Falcao. Su padre, Radamel García, un fortachón y enconado defensor de los años 80 extendió, en la pila bautismal, la admiración que profesó por aquel fantasioso brasileño, bailarín de ballet que se disfrazaba de futbolista, Paulo Roberto Falcao. A fuerza de goles, Falcao García esa misión inconsulta que su padre, sin consultárselo (¿o sí?) le impuso”).
La tercera parte del libro la dedica Javier al Mundial de Sudafrica 2010. Analiza a Brasil y España, por entonces favoritos, Argentina, Italia, Portugal y Francia, Inglaterra, Holanda (“los campeones de la no historia”, Andrés Salcedo), Uruguay y Ecuador… Analiza el papel de Sudamérica en Sudafrica y se atreve valientemente a “apostar” en las eliminatorias por un equipo u otro (de 15, sólo yerra en dos: Estados Unidos-Ghana y Argentina-Alemania; España es “favorito, no, mi candidato”). Impecable análisis de ada encuentro, antes de ser jugado. Maravilloso.
Las dos ultimas partes del libro las refiere el autor a la Selección Colombia (que en ese momento “defiende bien y ataca mal”) y al Atlético Junior de sus amores (“en el fútbol, como en la vida, es necesario encontrar una razón por la que luchar”). Y así nos recuerda las palabras de Vicente Verdú: “poco a poco, como se hace la mayonesa, ha ido hilándose la fe que esta vez podemos ser campeones” y las de José Ingenieros: “el éxito es como llegar a la punta del abismo: si no se retrocede a tiempo, se cae para siempre”.
De la mano con el fútbol me ha encantado y me ha conmovido. Hollman Varela concluye en la nota final del libro: “Y aquí estamos, un puñado de locos, una vez compartiendo la pasión que nos lleva a decir incoherencias que parecen ciertas, alegatos de estrado, gritos de predicación, lecciones de estrategas, escritos de letrados, cálculos de ingenieros, ínfulas de sabios, estupideces bien dichas en tono y contenido. Henos aquí, con su majestad: el fútbol. ¡Enhorabuena, compañeros!”
Enhorabuena, Javier Castell. Y muchísimas gracias por la deliciosa lectura que me has regalado. Sé que nos veremos en Barranquilla, en Bogotá y en España, de nuevo. Y entretanto, disfrutaremos del fútbol, metáfora de la vida.