¡Viva la Pepa!

Hoy hace 200 años los españoles vivimos un sueño de libertad. En la preciosa ciudad de Cádiz (la “tacita de plata”), asediada por las tropas napoleónicas, las Cortes nos concedieron nuestra primera Constitución (la tercera Carta Magna del mundo, tras la francesa y la estadounidense). Nada menos que el día del Santo del rey colocado por Napoleón, su hermano José Bonaparte (una osadía que nos es muy propia). La Constitución del 12 duró poco, pero su recuerdo nos ha quedado para siempre.

¿Qué legado nos ha quedado de aquello? Según los historiadores, al menos siete asuntos esenciales: la división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), la ciudadanía (los súbditos se convierten en ciudadanos), la enseñanza pública (la educación básica se asume como obligación del Estado), la libertad de expresión y de imprenta, la abolición de la tortura, la libertad de trabajo y de industria (se acaba con la ordenación de los gremios), la fiscalidad universal (“las contribuciones se repartirán entre todos los españoles con proporción a sus facultades, sin excepción ni privilegio alguno”).

Un breve sueño, dado que el absolutismo de Fernando VII, una vez terminada la guerra contra el invasor francés, dio al traste con el espíritu de la Constitución de Cádiz. Todo el siglo XIX español y buena parte del XX es una lucha fratricida entre los idealistas progres (en general, malos gestores) y los absolutistas (nada amantes de las libertades): las guerras carlistas, la guerra civil… Hoy incluso, ni las víctimas del 11 M son capaces de rendir homenaje a los suyos juntas, divididas en dos bandos como hace 200 años.

La Constitución de 1978 es la verdadera heredera de aquella fantasía gaditana. Aunque la separación de poderes sea más nominal que real (en política, “el ganador se lo lleva todo”), aunque los ciudadanos estemos a merced de los mercados, aunque la libertad de trabajo conviva con un altísimo nivel de desempleo, aunque la fiscalidad sólo sea equitativa en la letra (las rentas del trabajo sufren más que las de capital), aunque a los ciudadanos los partidos les pidan el voto cada cuatro años para luego hacer de su capa un sayo durante ese tiempo.

En cualquier caso, dos reflexiones. La primera es lo mal que se nos da poner en valor lo que somos, lo que hacemos (cuando “poner en valor” es la clave del Talento). Tenía 12 años cuando los estadounidenses celebraban el bicentenario de la independencia americana. ¡Qué gran celebración! Esa “nación de inmigrantes” (como la llamó J. F. Kennedy en un libro suyo) qué orgullosa se siente de su pasado, de sus logros, de su legado. Esta “Pepa” no se ha celebrado casi en absoluto. No hay un relato compartido (de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós nadie se acuerda). Hacemos series de televisión sobre Isabel Pantoja o la baronesa Thyssen y no sobre “los héroes de Cádiz”, desconocemos nuestra historia y por ello, en lugar de admirar a los mejores, les evitamos o envidiamos sus conquistas, puesto que ignoramos sus méritos.

La segunda reflexión tiene que ver con la dificultad de “superar las dos Españas”: la de la izquierda y la de la derecha, la religiosa y la laica, la patronal y la sindical. Una gran nación, de las más antiguas de Europa, permanente sesgada. Una lástima. Somos incapaces de hacer un museo de la Guerra Civil, como Sudáfrica lo hizo (muy pronto) sobre el Apartheid. Nuestro pasado nos persigue, porque seguimos alimentándolo desde el revanchismo de unos y otros. El día que sepamos/queramos/podamos pasar página y cooperar juntos con todas nuestras energías por un proyecto verdaderamente común, seremos grandes.

Un servidor ha decidido conmemorar “la Pepa” con uno de sus héroes personales, Jovellanos. Gaspar Melchor de Jovellanos, el gijonés universal. Escritor, jurista, político de la Ilustración. Miembro de la Real Academia de la Historia, de la de San Fernando y de la Real Academia Española de la Lengua. Desterrado tras la Revolución Francesa, marchó a su ciudad natal en 1790. Godoy quiso nombrarle embajador en Rusia, pero Jovellanos lo rechazó. En 1797 aceptó el cargo de Ministro de Gracia y Justicia, para reducir el poder de la Inquisición, pero sólo duró nueve meses. Desterrado de nuevo, esta vez a Mallorca, en 1801. Liberado en 1808, tras el motín de Aranjuez, declinó formar parte del gobierno de José Bonaparte. Representó a Asturias ante la Junta Central y reformó las Cortes. Tras la instauración de la Regencia dejó Cádiz y marchó a Galicia. Murió cuatro meses antes de que se proclamara la Constitución de 1812. ‘La Pepa’ le debe mucho.

Su obra es fecunda: ensayos de economía, política, agricultura, filosofía… Siempre he pensado que los españoles hemos tenido a Jovellanos (magníficamente retratado por Goya) como los de EE UU tienen a Benjamín Franklin. Sin embargo, los estadounidenses veneran a su “padre de la patria”, en tanto que, para nosotros, Jovellanos es casi un completo desconocido.

Jovellanos nos ha legado pensamientos como éstos:

- "La tierra no produce para los ignorantes sino malezas y abrojos."

- "Los manantiales de la abundancia no están en las plazas, sino en los campos; sólo puede abrirlos la libertad y dirigirlos a los puntos donde los llama el interés."

- "Sólo le falta el tiempo a quien no sabe aprovecharlo."

- "¿Qué sería de una nación que en vez de geómetras, astrónomos, arquitectos y mineralogistas, no tuviesen sino teólogos y jurisconsultos?."

- "Todo impuesto debe salir de lo superfluo, y no de lo necesario."

- "Admiro a quien defiende la verdad y se sacrifica por sus ideas, pero no a quienes sacrifican a otros por sus ideas"

Mi agradecimiento a quienes, hace 200 años, nos marcaron el camino en Cádiz y a talentos como Jovellanos, verdaderamente admirables.

Me siento unido a la capital gaditana, entre otros motivos por el honor de que la coordinadora del área de medio ambiente y limpieza y 5ª teniente de alcaldesa de Cádiz, Paloma Bordons Cubeiro, es mi prima carnal Paloma.

¡Viva la Pepa!