Vera Farmiga y la Estupidez

Hoy cumple años Vera Farmiga. Seguramente el nombre no te dice gran cosa. Un par de pistas. Se trata de una actriz que ha interpretado el papel de Álex en Up in the air. Es la ejecutiva que tiene una relación con George Clooney. Él está dispuesto a cambiar su vida de despedidor itinerante, y para ella no es más que una distracción, un “kit kat” fuera del hogar. En todos los Cine Fórum que sobre la película hemos organizado con APD, mi última pregunta a los participantes (directoras y directores de RR HH, abogados, ejecutivas de outplacement) era: ¿Qué opináis del personaje de Álex? Para mí es un papel tan fascinante como el de Clooney. Pues bien, Vera Ann Farmiga cumple hoy 37 años. Es la segunda de siete hermanos, en el seno de un hogar católico ucraniano. No habló inglés hasta los 6 años. Estudió baile y piano y de joven estuvo de gira con un grupo de folclore ucraniano. Estudió interpretación en la Universidad de Siracusa, debutó en Broadway en 1996 y ganó en 2004 el premio a la mejor actriz en el festival de Sundance. Hasta el momento ha participado en 16 películas (era Madolyn en “Infiltrados”, de Martin Scorsese y la madre de Bruno en “El niño con el pijama a rayas”) y ha hecho varias series de televisión. Por su papel en Up in the air fue nominada al Óscar, al BAFTA, al Globo de Oro y al Premio del Sindicato de Actores. Tiene 4 películas en post-producción.

He estado leyendo El poder de la estupidez, del filósofo Giancarlo Livraghi. 500 años después del Elogio de la locura de Erasmo de Rótterdam (más propiamente Elogio de la estulticia o Elogio de la estupidez), el género humano no ha aprendido mucho. Para el autor, “la estupidez es la fuerza más destructiva de toda la evolución humana”. Giancarlo repasa “el problema de la estupidez”, que resume con la Navaja de Nalón: “No atribuyas nunca a la malicia lo que se puede explicar adecuadamente con la estupidez”. La bibliografía sobre esta ciencia (la estupidología) es extrañamente escasa: Una corta introducción de la historia de la estupidez humana (1932), de Walter Pitkin; Sobre la estupidez, de Robert Musil (1937); Las leyes básicas de la estupidez humana, de Carlo Cipolla; El principio de Dilbert (1997); Why Smart People are so stupid (2002), de Robert Sternberg; Stupidity (2003), de Avital Ronell. La estupidología es, como señala Livraghi, un territorio sin mapas.
Pero tiene leyes: la de Murphy (Edward Murphy era un capitán de la Fuerza Aérea), en 1949: “Si algo puede salir mal, saldrá mal, en el peor momento posible”. La de Parkinson (Northcote Parkinson), en 1957: “El trabajo se expande hasta ocupar todo el tiempo disponible para su desarrollo competo”. El Principio de Peter (el sociólogo canadiense Laurence Peter), en 1969: “Los miembros de una organización (que se rija por la meritocracia) prosperarán hasta alcanzar el nivel superior de su competencia y luego los ascenderán y estabilizarán en un puesto para el cual son incompetentes”. Como corolario, el Principio de Dilbert (de Scott Adams, 1996): “Las personas menos competentes y menos inteligentes ascienden a los puestos donde menos daño pueden causar: la dirección”. Las leyes de Cipolla (el historiador de la Universidad de Berkeley), publicadas en 1988: 1ª. En general se subestima el número de estúpidos que hay en todas las sociedades humanas. 2ª. La conducta estúpida es más peligrosa que los daños causados intencionadamente. La necedad de una persona es independiente de cualquier otra característica de esa persona. 3ª Ley de oro: “Una persona estúpida es una persona que causa daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”. Una impagable definición.
A partir de las aportaciones de Cipolla, Livraghi nos propone un “gráfico estupidológico” con cuatro cuadrantes: quienes benefician a los demás y a uno mismo (inteligentes), quienes benefician a los demás en su perjuicio (incautos), quienes perjudican a los demás en beneficio propio (bandidos) y los estúpidos, que perjudican sin beneficio alguno.
Livraghi propone tres corolarios:
- En cada uno de nosotros reside un factor de estupidez que es siempre mayor de lo que creemos.
- Cuando la estupidez de una persona se combina con la estupidez ajena, el impacto crece de forma geométrica; esto es, por la multiplicación, no por la adición, de los factores de estupidez individuales.
- Combinar la inteligencia de distintas personas es más difícil que combinar la estupidez.

La estupidez del poder (entendiendo el poder como “el control sobre el destino de otras gentes”). No es que los poderosos sean más estúpidos, sino que amplifican las consecuencias de su estupidez. “El poder es una droga adictiva”. Por ello, junto a la estupidez suelen estar la avaricia (por conservarlo) y la megalomanía. “En épocas de ocaso y decadencia podemos suponer que el porcentaje general de personas estúpidas se mantiene constante, pero descubrimos que, sobre todo en las personas que ocupan el poder, existe una mayor concentración de “bandidos”; bandidos que a menudo tienden a convertirse en “estúpidos” cuando se evalúa el resultado teniendo en cuenta el desequilibrio que su actuación ha generado”. Para resolver la situación, se necesitan personas inteligentes que puedan adquirir poder y un fuerte impulso colectivo que luche por un cambio sustancial, reflexiona el filósofo italiano.

La burocracia es de una estupidez “desesperante y kafkiana”, observa Livraghi. Puede darse en la administración pública y en las empresas privadas. “Cuando la rutina se impone a la eficacia y la formalidad reemplaza a la humanidad, toda la organización pierde propósito y perspectiva”.

¿Qué factores favorecen la estupidez? Principalmente, la ignorancia, el miedo (a la oscuridad, a la responsabilidad, al conocimiento, a lo desconocido) y el hábito (costumbres estúpidas, que debilitan la curiosidad). Factores independientes, que se atraen en un círculo vicioso. Las prisas, las tecnologías, los iconos (a los que se idolatra), el oscurantismo y la superstición también pueden amplificar la estupidez.

El autor considera que la estupidez no es inocua, sino contagiosa. Frente a ella, los antídotos: la curiosidad, la intuición, la creatividad, la meticulosidad, la experiencia, aprender de las lecciones de la historia, la sencillez, el humor y la ironía, la duda, aprender de los errores, la generosidad, la escucha, la pasión.

Citando a Francis Bacon: “Si un hombre empieza con certidumbres, acabará con dudas, pero si se contenta a empezar con dudas, terminará con certidumbres.” Y a Confucio: “Aprender sin pensar es un esfuerzo baldío; pensar sin aprender es peligroso.”

Gracias a Giancarlo Livraghi por un libro tan interesante, y a Carmen Escobar, por publicarlo en castellano.

Personalmente, creo que quien más nos ha enseñado sobre la estupidez y sus consecuencias es Shakespeare (en realidad, Francis Bacon y su equipo, que conocían muy bien el poder). Los incautos se rodean de malvados (Yago, Lady Macbeth, Romeo) que en realidad son estúpidos. Así lo contaba en mi libro Shakespeare y el desarrollo del Liderazgo.

Hablando de estupideces, un servidor ha cometido una y gorda. Se me ha estropeado el teléfono y sólo tenía allí guardados los números. Por favor, mándame al correo electrónico jccubeiro@eurotalent.net el tuyo para que lo recupere. Gracias de antemano.