Como dejé de ser un idiota (o no)

Mañana de coaching en Barcelona. Un par de sesiones con sendos directivos de una de las mejores empresas para trabajar. Están embarcados en una nueva línea de negocio y se están involucrando personalmente (trabajando en equipo con la Dirección General, la Dirección de Recursos Humanos y los consultores de selección) en atraer y fidelizar el talento que necesitan. Una prueba más de que en estos momentos difíciles en los que el talento es más escaso que el capital, seleccionar a los más valiosos (que encajen culturalmente con la organización) es un primer paso esencial.

He estado leyendo Cómo dejé de ser un idiota, de Jil Van Eyle. Jil fue assistant de Frank Rijkaard en su etapa en el F. C. Barcelona. Tuvo una infancia difícil (su padre se largó de casa cuando él tenía 8 años y pasaron graves penurias económicas) y se prometió a sí mismo tener un Porsche antes de los 30 años (lo consiguió a los 28) y ser un buen padre. El nacimiento en 1998 de su hija Mónica, con hidrocefalia (sorda, casi ciega, no camina y con capacidades mentales de un bebé recién nacido) le cambió todo aquello. Se ha dejado de tonterías y ahora se dedica al proyecto Teaming, para que las empresas donemos un euro por empleado al mes y lo destinemos a buenas obras. Simple y poderoso.
El relato personal que Jil Van Eyle comparte generosamente con nosotros sobre cómo pasó de ser un “ejecutivo agresivo” a un ciudadano honesto y responsable (lo que Borja Vilaseca llamaría Liderazgo consciente) debe ayudarnos y mucho. En la dedicatoria, Jil dice que su hija Mónica le ha enseñado “a ser fuerte, a tener fe y a no tirar nunca la toalla pasara lo que pasar”. Así sea.

Según el diccionario de la Real Academia, idiota (del latín idiota y del griego idiotas) es aquel que padece de idiocia (“trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales”), que es “engreído sin fundamento para ello”, que es “tonto, corto de entendimiento”, que “que carece de toda instrucción”. En definitivo, el ignorante que presume de ello, El incapaz de aprender. Recuerdo en una ocasión en Shanghai desayunando que Francisco Pernía, el actual Presidente del Racing de Santander, me comentaba que idiota es el que no aprende, Ciertamente. Cuántas veces nos comportamos como idiotas sin asumir humildemente la necesidad de aprender.

Me ha gustado de la prensa de hoy, en El Periódico de Catalunya, el artículo de Josep Oliver Alonso (Catedrático de Economía Aplicada de la Universitat Autónoma de Barcelona) titulado Paro y Recuperación, el debate erróneo. Es el siguiente:
“La EPA del primer trimestre del 2010 ha abierto la caja de los truenos. La oposición enfatiza que la crisis no se ha superado, al tiempo que los mercados financieros apuntaban a España tras la reducción de la calificación de la deuda por parte de Standard & Poor’s. ¿Estamos o no saliendo de la crisis? Desde que la recesión comenzó, he tenido la impresión de que equivocábamos el debate. Desde el primer momento, este se centró en las capacidades de adivino del presidente Zapatero. Su error inicial al caracterizar la crisis –más que discutible, todo sea dicho– ha acompañado al Gobierno desde entonces. Y así, la discusión sobre nuestro futuro se ha convertido en un partido de tenis entre el Ejecutivo, apostando por la recuperación, y la oposición, postulando que no llega.
Este debate está profundamente viciado. Porque es cierto que los síntomas de mejora se acumulan. La cifra de negocios en la industria aumentó en febrero (un 7,4%), al tiempo que lo hacían los pedidos industriales. Y aunque la producción industrial todavía presenta caídas, todo apunta a que en este sector lo peor se ha superado. En el ámbito turístico, la información de marzo es también positiva. Por su parte, en el preocupante mercado inmobiliario el incremento de las hipotecas y transacciones, así como la moderación de la caída de precios, apunta a una suave mejora desde valores muy bajos alcanzados en los peores momentos de la crisis. Y en el ámbito laboral, tras los malos resultados de la EPA, la afiliación en febrero y marzo cae ya a tasas más reducidas, al tiempo que el paro de abril se reduce, lo que anticipa que a partir de ahora deberíamos comenzar a recuperar, aunque sea temporalmente, algo del empleo perdido. El consumo privado también se ha recuperado modestamente, como lo indica el aumento de las matriculaciones de vehículos, empujadas por las bonificaciones para su compra. Y las exportaciones, por su parte, aumentaron en febrero a una tasa interanual del 12,8%, aunque el nivel del año anterior era extraordinariamente bajo. Finalmente, el 19 de mayo el INE nos dirá que, respecto del cuarto trimestre del 2009, el PIB ya ha crecido algo, o que, de no hacerlo, se estará ya muy cerca de dar por finalizada, técnicamente, la recesión.
¿Estoy llenando voluntariamente la botella? ¿La quiero ver medio llena? Simplemente, intento ubicar en su justo sitio el pesimismo cotidiano del país. Las cosas están mal. Cierto. Pero ello no obsta para que la recesión, la caída de la actividad, esté en su fase final. Siempre con la salvedad de que la crisis europea no se agudice o que no vengan choques adicionales del exterior.
Créame el lector: el debate no está en si será en el primer o el segundo trimestre cuando saldremos de la crisis. El debate es acerca del ajuste preciso a medio plazo. Una vez dejada atrás la larga década prodigiosa (el boom de 1995 al 2007), nos espera ahora una década difícil. Y ello por múltiples razones. Porque tenemos unos niveles de endeudamiento del sector privado entre los más elevados del planeta y ese endeudamiento va a lastrar el crecimiento futuro. Porque nuestro sector público va a iniciar, ya el próximo 1 de julio, el largo y doloroso proceso que ha de situar el déficit por debajo del 3% en el 2013. Porque el stock de viviendas pendientes de venta augura, de no mediar caídas de precios más intensas, un dilatado periodo de digestión de esos excesos. Porque nuestra capacidad de crear renta se ha reducido al perder cerca de dos millones de puestos de trabajo y colapsar la formación de capital desde el 2007. Porque la elevada tasa de paro (20,05% en el primer trimestre) va a necesitar de bastantes ejercicios para resituarse a niveles aceptables. Porque recuperar los dos millones de empleos perdidos nos va a exigir entre cinco y siete años como mínimo. ¿Quieren que siga?
LA DISCUSIÓN en la que deberíamos tirarnos los trastos a la cabeza es: ¿qué hacemos el día siguiente? Porque ese día, que ya es hoy, se iniciará un camino nada fácil que debería conducirnos, si hacemos bien las cosas, a recuperar la renta y la riqueza perdidas. Pero, visto lo visto, no hay garantías de que lo hagamos correctamente. Seguro que el Gobierno ha pecado de optimista, pero créanme cuando les digo que la oposición, y el resto de agentes sociales, también. Hemos pasado los últimos dos años acusándonos mutuamente, bien de optimistas, bien de pesimistas. De hecho, hemos perdido ya una parte del tiempo preciso. El país necesita reformas importantes, que permitan el ajuste preciso, la mejora necesaria de la competitividad y, en especial, una distribución socialmente adecuada de sus costes. La lista de lo que hay que hacer es larga, y va desde la reforma laboral a la reestructuración del sistema financiero, y desde la contención del gasto público a una política fiscal justa y que cubra nuestras necesidades básicas, por solo citar algunas. Pero mientras discutimos si son galgos o podencos, los mercados financieros internacionales toman nota de nuestra dificultad para adoptar las decisiones adecuadas. El problema no lo teníamos ayer, siendo la situación difícil. Lo tenemos mañana mismo. Es decir, ya hoy.”

“The name of the game” es la Confianza. Si vamos de codiciosos (en términos económicos o electorales), de negar la realidad y no asumir la responsabilidad, de esperar que sean otros los que nos saquen las castañas del fuego, nos estamos comportando como idiotas. Sara Baras, que el pasado 25 de abril (al cumplir los 39 años) se retiró de los escenarios para ser mamá, le contaba hoy a Margot Molina en la contraportada de El País que para ella el baile es una forma de vida (subió al escenario por primera vez a los 9 años y es Premio Nacional de Danza de 2002) y que le dice a su gente: “Avisadme si alguna vez me veis tonta”. Ya se sabe: el equipo (mi gente) es mejor antídoto para la idiotez.