Se hace lo que se puede

Festividad de la Almudena, patrona de Madrid. Este año, a diferencia de otros, me he tomado el día de fiesta, entre Segovia y Madrid.

20 años de la caída del muro de Berlín. He tenido el privilegio de conocer la capital alemana en pleno “telón de acero” (celebré mi cumpleaños, un 3 de julio, en 1987, a dos años del fin de la RDA) y la he visitado después (por ejemplo, trabajando con Sun Microsystems a nivel europeo cuando José Cabrera era VP de la compañía). Y conservo un trozo de muro en el salón de casa. Un recordatorio del inmenso valor de la libertad.

Pero queda mucho por hacer. Según Freedom House, hace 20 años había 60 países libres, 39 parcialmente libres y 68 sin libertad. Hoy en día, 89 países libres, 62 semilibres y 42 sin libertad. “La libertad se ha estancado en casi todas las regiones del planeta, sobre todo en el África subsahariana y en la ex Unión soviética, exceptuando los países bálticos” (Arch Puddington, de Freedom House).

Por la tarde, he ido a ver Celda 211, de Daniel Monzón, en el Ciné Cité Manoteras a las 18.15 horas. Da gusto ver una sala grande llena, prácticamente repleta, para ver una peli española. Hemos visto el trailer de El baile de la victoria de Fernando Trueba (el cuarto jinete patrio de esta temporada, tras Almodóvar, Coixet y Amenábar) y tiene una pinta excelente, con un Ricardo Darín que está en racha.

Celda 211 me ha gustado. Un “thriller” carcelario muy interesante, con un reparto estupendo (Luis Tosar, Alberto Amann, Marta Etura, Antonio Resines). La sinopsis es simple: “Juan es un joven funcionario de prisiones que se ve atrapado en un motín carcelario el mismo día en el que comienza a trabajar en su nuevo destino. Haciéndose pasar por un preso más, luchará para salvar su vida e intentar dar fin a la revuelta.”

Así hablaba de ella Sergi Sánchez en Fotogramas:

“Es esta una película sobre la amistad en tiempos de guerra, sobre lo que le ocurre a una persona normal cuando el azar le coloca la etiqueta de superviviente en un contexto que exige adaptación camaleónica, y sobre lo que le ocurre a una persona peligrosa cuando encuentra a su némesis al filo del abismo. Por encima del subgénero carcelario en que Daniel Monzón decide encuadrar esta historia de infiltrados y motines, destaca su insólita capacidad para darle la vuelta a la tortilla, para enseñar la otra cara de sus estereotipos, para confrontarlos contra lo que dicen los cánones que deberían representar. Así las cosas, Juan (Alberto Ammann), el carcelero novato que de repente se ve envuelto en una pesadilla de la que le resultará difícil escapar, no es tanto un héroe como una víctima de las circunstancias que renace de las cenizas del Bien como calculador ángel de venganza. Y Malamadre, excelsa creación de Luis Tosar, no es tanto un criminal como alguien que ya no tiene nada que perder, y cuya presunta maldad se diluye en tierna inocencia cuando cree que ha encontrado un alma gemela que representa todo aquello que él nunca podrá ser. Elogio del cine de género
Sería un error considerar a Celda 211 como una película social, a pesar de que tiene bastante claras las cosas que habría que cambiar del sistema penitenciario, muestra la cobardía institucional con diáfana brutalidad y es muy astuta a la hora de utilizar a los presos de ETA como macguffin, como moneda de cambio de un relato que elude los obvios comentarios políticos sobre la cuestión del terrorismo. Puede sorprender la naturalidad con que Monzón se mueve en el cine de prisiones, que apenas tiene tradición en España, aunque no extrañará a quienes conozcan su filmografía, una de las más estimulantes y versátiles del cine español de los últimos años. He aquí un director patrio que no solo ha demostrado con creces que no subestima el cine de género, sino que quiere cogerlo por los cuernos y mirarlo a los ojos, cosa rara en una industria que se ha acercado a él de puntillas, con torpeza o mirando hacia otro lado.La puesta en escena de Celda 211 es realista, visceral, tan directa y descarnada como en el mejor Sam Fuller. Monzón trabaja con maestría las constantes del género carcelario (espacios cerrados, rostros cicatrizados, violencia desatada, rivalidad homoerótica) sin renunciar a la denominación de origen. Su visión aspira, no obstante, a ser universal: porque Celda 211 no es más que una tragedia en toda regla en la que la rueda de la fortuna (o del infortunio) machaca el destino de dos personajes que parecían llamados a encontrarse para que uno de ellos se convirtiera en el otro, poseído definitivamente por la certeza de que la vida allí fuera no era tan bonita como nos la pintaban.”

Cuatro estrellas sobre cinco. Como repiten en la película, “se hace lo que se puede”. Daniel Monzón ha hecho bastante más, y hemos de agradecérselo. De momento, el público responde. En su primer fin de semana, Celda 211 la han visto casi 200.000 personas (1.250.000 euros de recaudación), desbancando a Ágora como la película más vista. Felicidades bien merecidas.