El Chiki-Chiki

Tras varios fines de semana de aquí para allá, descanso total en Madrid. Parque de Arturo Soria por la mañana y caballitos de Serrano, ambos con Zoe, por la tarde. Y compras en TROA, la librería de la misma calle comercial de la capital: Dirigir empresas sostenibles, de José M. de Anzizu, La felicidad humana de Julián Marías y algunos otros libros, infantiles en este caso.

Por la noche, mientras leo el libro de Anzizu, del que trataré mañana, y preparo algunas presentaciones de la semana que viene, escucho de fondo el festival de Eurovisión, esa reliquia del pasado retomada con entusiasmo por los países que se encontraban al este del telón de acero. En el puesto 22 participa, por Televisión Española, Rodolfo Chiquilicuatre y su “Baila el chiki-chiki”. En el aperitivo del Arturo Soria Plaza, con mi cuñado, Zoe y mis sobrinas, un ciudadano de la mesa de al lado se queja amargamente de que esto es una vergüenza, porque el “cantante” en cuestión es argentino y lo que quiere, “junto a unos catalanes”, es hundir a los españoles. Un ejemplo más de xenofobia e intolerancia (en realidad, el actor que representa al Chiquilicuatre, David Fernández, es de Gijón y el tema ganó representar a RTVE con los televotos de todos los españoles). El País se rasga las vestiduras: “Lo baila el Cervantes, lo baila TVE con el dinero de todos” y entrevista en la contraportada a José Luis Uribarri, presentador jubilado hace unos años que se ha rescatado para la ocasión y que demuestra dominar este festival como nadie, “conspiración internacional geopolítica” incluida. Tras el concurso (España queda 16ª, como todo el mundo sabe, y gana Rusia).

Si Talento es “poner en valor lo que uno sabe, quiere y puede hacer", hay que reconocer que aquí hay talento de por medio”. ¿De quién? De El Terrat, la productora de Buenafuente y compañía, sin duda. Han elegido un tema de Santiago Segura (uno de los que más clara tiene la relación entre el frikismo y los resultados de negocio) y Pedro Guerra, un actor de su casa (y varias bailarinas) para representarlo, lo han difundido urbi et orbe por la Sexta y finalmente han llegado a un buen acuerdo con la dirección actual de Televisión Española (que no por casualidad procede del mismo equipo). ¿Qué “lo raro” vende, como sostiene en el periódico citado Román Gubern, catedrático de comunicación audiovisual de la UAB? Sin lugar a dudas. Vende la sorpresa, la emoción que cotiza al alza en un mundo comodón. En un festival moribundo, en el que no tenemos ninguna posibilidad aunque fuéramos llevando el Yesterday de Los Beatles, algo hay que hacer para lograr una audiencia de 6’8 millones de espectadores. Cosa distinta es que esto pueda ser un nuevo capítulo de “capitalismo de amiguetes”, en el que el mercado sea aprovechado por una grupo concreto. En el mundo de George W. Bush, Putin, Berlusconi, Chávez, Evo Morales y compañía, no es de extrañar que gusten tanto los frikis.

Creo que, como decía ayer José Calabuig en Telecinco, Eurovisión es “una decepción a plazo fijo”. Ningún país de Europa Occidental quedó en la primera mitad de la tabla (la ganadora de la “Operación Triunfo” portuguesa, que llevaba la típica canción triste de pescadores fallecidos en el mar y que había albergado muchísimas esperanzas entre los lusos, tampoco quedó muy allá). Como fue demostrando Uribarri caso a caso, en el este de Europa se votan entre vecinos. No creo que sea una conspiración contra nadie; simplemente, su cultura les hace votar por los más cercanos, independientemente del mérito.

Me parece un acierto llevar a Uribarri (72 años, 20 veces presentando el festival), porque es de los pocos que se lo cree. “¡Para mí esto es el Nirvana!” Como Talento es Disfrute, poco más hay que añadir… Pronosticó que ganarían Serbia, Rusia y Ucrania… y ganó Rusia. Y que Francia, Inglaterra y Alemania estaría entre los últimos, y así fue (de 25 participantes, España 16ª –con 12 votos de Andorra de los 55 que obtuvo-, Francia 18ª, Inglaterra última con 6 votos de San Marino y 8 de Irlanda). Terry Wogan, de la BBC, el único presentador que supera a Uribarri en apariciones en Eurovisión, ha denunciado que "ya no se trata de un concurso musical", y que estaba claro que “Rusia iba a ser el ganador político”. El chico tiene mal perder: “Andy Abraham ofreció la gran actuación de su vida con una canción que merecía mucho más puntos que los obtenidos, sobre todo si se piensa en los logrados por España o Bosnia-Herzegovina con canciones realmente ridículas”.

Sí, el Chiki-Chiki tiene deliberado mal gusto (esa mezcla de Stradivarius y patinadores artísticos, de Heavy Metal de los 80 o de sucedáneos de Mariah Carey o Beyoncé tampoco es que muestren una calidad exquisita) y no es para que dé clases magistrales en el Instituto Cervantes de Belgrado. Pero ya que nos toca ir a un festival que para algunos es el no va más (Rusia, en su nueva etapa de nacionalismo, une este “triunfo” a la organización de la final de la Champions y los éxitos en la copa de la UEFA, en baloncesto y en jockey sobre hielo). En palabras de Vladimir Putin: “la victoria en el concurso es más que un éxito personal de Dima Bilan, es otro triunfo para Rusia”. Como en la España de los años 60.

En fin, que El Terrat ha sacado jugo a su producto y TVE ha duplicado la audiencia de 2007 del concurso, que fue apenas de 3’3 millones de espectadores. Respecto a Eurovisión, Italia lo ha abandonado por falta de interés e Irlanda (ganadora en siete ediciones) mandó un pavo de trapo que no pasó a la final. Los españoles preferimos utilizar el sentido del humor contra las injusticias: nos reímos con el nuestro, y no del nuestro. El programa La noria de Telecinco denunciaba que el Chiki-Chiki no cumplía algunos artículos del concurso de RTVE (buen gusto, idioma conocido, canción original) y presentaba como ejemplos de “savoir faire” a Remedios Amaya (una gran cantaora, que obtuvo 0 puntos bailando descalza) y a las Supremas de Móstoles. Fenomenal. El país del Quijote, de Goya y de Picasso, es capaz de reírse de sí mismo… aunque no todos (especialmente los “serios recalcitrantes” y los que hubieran querido, desde sus propios medios, hacer una jugada similar a los de La Sexta).